Tuesday

Tus noches de verano

Aún puedo saborear esos 6 segundos que duró nuestra despedida.
Le conocí en el pueblo de piedra el verano pasado. Claudia, como siempre, había decidido que los 30 euros que su padre le había dado para el taxi se los gastaría en chupitos y tabaco. No pasó media hora y las dos ya le estabamos tirando la caña al camarero como la primera noche que conocimos a Bilal, pero eso es otra historia.
Después de que Claudia decidiera emborracharse, empezó a hacerse amiga de todo el bar y yo me quedé sentada en aquella silla riéndome con ella, pero también de ella. El caso es que después de algun tiempo su "nueva recien hecha amiga-Cris" (también borracha como una cuba) me presentó a su mejor amigo.
Y allí estaban, Claudia y Cris hablando de la gente que conocian en común, sin embargo, nosotros nos dedicamos a ofrecernos miradas sinceras, algunos pensamientos preciados en voz alta, memorias borradas por el paso de los años y alguna parada de corazón.
Empezamos por Paris, pasando por Londres, la NYFA, Egipto, su madre, mi casa, sus sueños, los míos, mis viajes, los nuestros, su popularidad, mis años de basquet, mis inseguridades, el museo britanico, los jeroglificos, tus amigos, los míos, Barcelona...
un sinfin de cosas entre las cuales destacaba todo.
Las horas se me pasaron volando, cada hora parecía un minuto, y apenas tuvimos que decirnos nada. Con su mirada me bastaba. Supe desde aquel momento que algo grande nos esperaba juntos, que alguna aventura nos juntaría, que nuestros caminos se volverian a cruzar en un futuro no muy lejano.
La noche era caliente, y parecia que el sol de aquel dia había calentado el suelo con demasiada fuerza.
Ellos debían partir hacia un extremo y nosotros hacia el otro. Las repetidas insistencias de Claudia para que nos besaramos empezaban a arder en mí como arde un deseo por algo inalcanzable.
Sus palabras parecían dejar claro que entre nosotros solo había amistad, y una enorme conexión que no llegaría a nada más, o al menos esa noche. Con eso dicho, nos sentamos en un banco y tras un par de minutos nos despedimos.
Supongo que la pestaña que se me habia caído no era por pura casualidad. El deseo lo pidió él, a pesar de que la pestaña fuera mía. Les vimos caminar cuesta arriba, junto a la iglesia de piedra que tantas locuras nos ha visto hacer.
Desaparecieron por aquel camino en menos de medio minuto, y yo sin ninguna esperanza me giré. Fue entonces, a los pocos segundos cuando a Claudia le entraron ganas de regar la callejuela de la derecha y borracha perdida se fue a acabar sus necesidades primarias. Miré a la pared, y sigo sin saber porqué. A lo lejos oí unos pasos. Me giré y allí le vi. Corriendo hacia mí, como si algo se le hubiera olvidado.
Me miró a los ojos, que seguían brillandole, y me dijo algo que jamás olvidaré.
Y me besó. No tardó más de 6 segundos pero fueron eternos. Me quedé en pausa, como aquel que se estanca en algun espacio en un tiempo y es incapaz de moverse. Me quedé con las inevitables ganas de correr hacia él, de pararle, de pedirle otro beso, y otro, y otro, de abrazarle, de volver a parar el tiempo, pero se fué. Corriendo partió hacia desde donde había llegado.
Fue después de ese beso, después de ese momento que muchos comparareis con alguna película, cuando me di cuenta de que en cierta medida estábamos hechos el uno para el otro, pero pasarían algunos meses hasta darnos cuenta de eso.
Así que ahora nos hemos prometido un viaje a Egipto, a escuchar silencios, a regalarnos besos, a leer estrellas, a susurrar, a mimarnos...
Estos son los resultados de una cualquiera noche de verano, de una pequeña historia, de dos personas que se encuentran, de dos personas que viven a miles de kilometros, pero que a pesar de todo eso comparten muchos sueños y tienen cosas pendientes que no acabaron en una vida anterior.

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